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Vistos en conjunto, los carteles de las Fiestas de Primavera de Sevilla son indudablemente un patrimonio importante para la ciudad, y han constituido una herramienta de representación de la imagen simbólica, estética y festiva de Sevilla. Cada cartel es un testimonio de un momento: pasear nuestra mirada por todo el amplio historial cartelístico explica realmente la ciudad. Por un lado se entienden las estéticas de cada periodo, por otro las maneras de mirar la ciudad y de poner en forma de metáfora lo que representa. Es un amplio y rico muestrario de sensibilidades entregadas que el tiempo y la asimilación temporal han potenciado. Su verdadera importancia no radica sólo en la calidad de las firmas que hay detrás de cada ejemplar (que también, porque a lo largo de la historia lo han realizado los mejores artistas de la ciudad y también algunos significativos de fuera de ella). De manera que en conjunto la colección de carteles es un testimonio primordial para el análisis estético, sensual, sentimental, de más de 150 años de la historia de Sevilla.

Actualmente, en mi opinión, y desde hace unos veinte años, la elección de los cartelistas que nos representarán cada año en espacios públicos y privados de la ciudad es una calesita que sube y baja, avanza y retrocede por diversos motivos: sin duda alguna deben de influir muchos factores, concursos malpagados, sobrepresupuestados, baratunos, injerencias cofrades, caprichos circunstanciales inauditos… Pero, sobre todo, lo que se detecta es la falta de criterio. Un disparate, en ciertas ocasiones recurrente, al que hay que ordenar y dar forma institucional por el bien de la ciudad, porque lo único que genera es un desconcierto generalizado en el que el sevillano ya no sabe de qué va la cosa, desprestigiando el hecho mismo del valor del cartel. Estamos en un momento en el que se requiere orden y consenso, porque claramente se ha perdido el norte.

Sevilla es una ciudad paternalista que ha tenido momentos de gloria relativamente cercanos en el tiempo, con unos gestores públicos capaces y atentos a lo que ocurría y que solían decidir normalmente con acierto. Ahora estamos en una coyuntura en la que los que mandan o no tienen criterio o no se dejan aconsejar correctamente. Desde luego no transmiten, a la vista de más de un ejemplo, una visión de la realidad estética en la ciudad. No debemos de depender del juicio de nostálgicos furiosos, de antiguos, que usan para fines propios y retorcidos el flagrante desconocimiento en materia de arte, para manipular la voluntad del ciudadano precisamente ahora, en una época en la que hay que poner orden tanto en el caso que nos ocupa, como en tantos otros de carácter estético, que verdaderamente atañen a Sevilla. En realidad, esos adalides de la integridad de la denominada sevillanía, actúan como terroristas que secuestran la voluntad de un pueblo con miedo a hablar y a decir que Sevilla es más. Más que eso que ellos formulan, determinan y recetan. Cuando hablo del pueblo sevillano no me refiero solamente al ciudadano invisible, a la gente de los barrios, me refiero también y fundamentalmente a los poderosos (políticos, periodistas y empresarios) normalmente legos en materia artística, miedosos de opinar y que callan por vergüenza ante idiotas que hablan alto y saben poco. Esos que se dicen sevillanos porque conocen los nombres de las calles y las iglesias; gente inmoral con intereses oscuros, meapilas insignificantes, violentos adalides de la autenticidad sevillana. Como digo, Sevilla es mucho más que esa miseria. Hay que solventar el problema del prurito catetito del no vaya usted a meter la pata o a sacar los pies del tiesto, hay que hablar de las cosas y hay que discutirlas.

Se trata en esencia de un asunto moral. Tenemos que encontrarnos de verdad con la ciudad. Nada de idioteces; no creo que la imagen de Sevilla sea dueña de unos o de otros. Sevilla, como digo, es plural y no debe estar, en lo que respecta al arte público, hipotecada por algunos flagrantes usurpadores que actúan con criterios infundados de imponer una estampa-imagen, en exceso simulada. Cada vez más vacía, vacua de contenido y, en definitiva, sin razón. Y en cualquier caso, la simulación, en caso de producirse, debería de reinventarse con solvencia constantemente al modo en que lo hace el carnaval, un carnaval gigante y completo que acapararía toda la primavera sevillana. Un cartel de hoy debe descartar formalmente la simulación del sempiterno boceto romántico-regionalista con más o menos acierto, y debe de tener un cierto sentido de actualidad, sin imposturas.

La simulación emporca la ciudad. Una cosa es aceptar el sentido estético efímero y fugaz de los productos artísticos, relacionados con los eventos públicos de Sevilla, en el sentido de la fugacidad de la vida, del carpe diem que nos da sentido y carácter y otra es el copieteo vacuo por el pavor al cambio, a lo diferente. En definitiva, por el miedo al “otro”.

Se hace necesario, y en esto los políticos son particularmente responsables, formar el público, hay que educar el gusto del sevillano y crear ciudadanía. La cultura sí importa. Hay que hablar de arte, de cultura, hacer afición. Debatir sobre carteles es una gran oportunidad de poner en orden lo que debería ser, y no es. Un campo de trabajo ideal por lo ejemplar y público. Debemos pues evitar las regalías en lo que respecta a la concesión del cartel porque no crea más que desconcierto y da una imagen penosa de pobreza y desidia. Sevilla no se lo merece.

Hay que volver la mirada a momentos espléndidos del cartel de fiestas en la relación de carteles, en los que se entendía maravillosamente bien la ciudad, la estética de cada momento, la sensibilidad de la misma ciudad respecto de sus fiestas de primavera. Hay que poner en marcha mecanismos consensuados y transparentes. Sobre todo con unos profesionales cabales y solventes que seleccionen los artistas y creadores. Hay que dotarlo económicamente de manera adecuada, de modo que el artista, mediante concurso o designación trabaje con alegría, dedicación y verdadera entrega.

Puedes ver la relación completa de carteles ordenados por año en http://wikiferia.blogspot.com.es/p/carteles.html


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Bienvenidos a este mi primer post. Con él inauguro esta web-blog, y también la que pretendo sea una serie acerca de aquellos libros que considero imprescindibles en cualquier biblioteca sobre pintura y dibujo que se precie.  Son libros que, en mi formación como artista y como ser intelectual-sensible han brillado por encima de muchos; algunos son catálogos y otros ensayos sobre estética. Y para comenzar esta primera entrega quiero destacar el libro Arte Contemporáneo de Klauss Honnef de la editorial Taschen. 

En el trayecto formativo del instituto hemos tenido en general, la gente de letras, una vaga referencia del arte contemporáneo a través de los manuales al uso (en mi caso uno de Vicens-Vives ). En lo que tocaba a los lenguajes artísticos más cercanos en el tiempo la cosa se paraba en el expresionismo abstracto y en el pop. Yo desarrollé un instintivo interés estético por los expresionismos que sentía más cercanos a mi espíritu.

Una vez terminado el instituto, la verdad, es que el contacto de uno con el arte contemporáneo y actual fue nulo. No tenía mucha idea de lo que pasaba ahí fuera. Gracias a Dios me eché una novia buena y preparada, culta y sensible a la cultura contemporánea, Prado se llama. En su casa ella y su amiga Jorgina tenían el libro Arte Contemporáneo de Klauss Honnef de la editorial Taschen que cito más arriba. Fue una fuente de placer y conocimiento.

Se trata de un compendio fantástico de todos los movimientos estéticos, grupos de artistas y corrientes que se desarrollan a nivel planetario occidental, que pa eso lo escribe un crítico de Taschen, en los años 80 arrancando de los 70´s. El autor parte de la premisa de la influencia de Warhool  en USA y de Beuys en Europa como desencadenantes de tendencias que se fraguarán en los 70 y culminarán a finales de la década y a lo largo de los 80, relacionadas con una actitud entre dadaísta y expresionista; en el caso de Warhool una tendencia hacia lo desapasionado y la ironía y en el caso de Beuys hacia la expresión del espíritu profundo del hombre-artista, dentro de los parámetros del objeto y la representación, nada de abstracción. 

Desde el nuevo expresionismo alemán con dos hornadas de artistas: una primera más netamente expresionista con artistas como Kiefer, Penck, Baselitz o Kirkeby y una segunda de artistas más jóvenes y más cercanos a posturas estéticas pop y temáticas contemporáneas como los Oehlen, Dokoupil o Dahn. Hasta los irónicos y paródicos italianos agrupados como transvanguardia en torno al crítico Bonito Oliva, con obras más optimistas, más amables y llenas de color, con una decidida voluntad mediterránea, como Clemente, Cucchi, Chia o Paladino. Y mostrando por otro lado la amplitud de lenguajes y tendencias plásticas en los USA, con artistas muy dispares pero siempre dentro de lo figurativo o de la representación como un caprichosos Schnabel,  Basquiat con un lenguaje muy exótico y criollo, Fischl que demuestra composiciones de gran formato de factura deshecha con imágenes realistas de una cotidianeidad a veces sórdida, etc. El libro termina incluyendo un par de capítulos dedicados a la fotografía y a las instalaciones abriendo el campo, dando pista al próximo recopilatorio de Taschen que nos va a hablar de lenguajes  y artistas que se fraguan en los 80 y se desarrollan en los 90. El libro en cuestión es Arte de Hoy y se publicará en 2001, pero esta es otra historia. 

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